China está dinamitando su propia economía

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El país con una economía de rápido crecimiento y una sociedad de lenta apertura ha desaparecido.

En su lugar hay una economía que se marchita y un Gobierno cada vez más autoritario controlado por un solo hombre: el presidente Xi Jinping.

Esta nueva China es más peligrosa que la antigua.

Su tambaleante sector inmobiliario y el envejecimiento de su población amenazan con arrastrar a toda la economía mundial. La voluntad de Xi de atacar a las industrias y bloquear las inversiones extranjeras supone una amenaza para la estabilidad financiera del mundo, y el fortalecimiento militar del país y su deseo de reunificación con Taiwán son una amenaza para la estabilidad geopolítica.

Hubo un tiempo en el que la promesa del mercado chino podía ser suficiente para que las empresas y los gobiernos estadounidenses y europeos dejaran de lado todo, desde la vigilancia y la extralimitación del Gobierno hasta el robo de la propiedad intelectual, pero ese tiempo ha terminado. En las capitales y salas de juntas occidentales, parece que el horror de la transformación de Pekín se ha instalado finalmente y el atractivo del futuro económico de China se está desvaneciendo.

Sin embargo, cuanto más débil sea el poder blando de China en la escena mundial, más tentada estará de resolver los conflictos utilizando su poder duro. La máquina de los milagros económicos de Pekín se ha agotado, pero eso no ha reducido sus ambiciones, y deja una China más peligrosa que ninguna otra que hayamos visto antes.

Peligro económico

Si quieres una pista de hasta dónde ha llegado la caída de la economía china, no busques más que los intentos de Pekín de ocultar información sobre el crecimiento del país. La semana pasada, durante el Congreso del Partido Comunista —reunión que se celebra cada 5 años y en la que se producen cambios en la dirección del PCCh—, se retrasó la publicación del informe sobre el PIB de China y otros datos económicos, que se publicaron después del Congreso sin previo aviso.

Las cifras fueron malas: solo un 3,9% de crecimiento del PIB en un año en el que los responsables políticos preveían un crecimiento del 5,5%. Pero eso no es lo peor. Pekín ha ido reduciendo poco a poco la cantidad de datos que comparte sobre la economía, una tendencia a la opacidad que no da señales de remitir.

Cada vez son más los inversores actuales que desconocen lo que ocurre en China, pero sí saben que la demanda interna se ha hundido, que la tasa de desempleo juvenil ronda el 18% y que las exportaciones son lo único que mantiene la economía en marcha. La política de Xi de covid cero, que ha mantenido al país en un estado de confinamientos continuos durante meses, está paralizando la capacidad de funcionamiento de muchas empresas. Los inversores esperaban que Xi expusiera un plan para eliminar gradualmente esta política durante el Congreso, pero no fue así.

Más allá de las señales de problemas a corto plazo, hay otros signos más duraderos que apuntan a las dificultades económicas de China. El más visible es la lenta implosión del mercado inmobiliario del país. Moody’s estima que entre el 70% y el 80% de la riqueza china está ligada a la propiedad.

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