Tras décadas de aprendizaje y mudanzas, Mauricio Molina decidió llevar su emprendimiento, Maosví Joyas, a Villarrica. Cambió su manera de confeccionar, vender y recolectar, dándole un vuelco al negocio con la ayuda de piedras volcánicas, maderas y diseños nativos inspirados en el sur. Un arte que se sigue abriendo paso y que encontró sus primeros clientes hace ya 30 años.
“Tenía 7 años. En 1968 mi madre se separó y nos llevó a Santiago. Ahí conocí por primera vez un taller joyero”, recuerda Mauricio Molina, creador de la joyería Maosví. Desde ese minuto no paró más. Creció toda su vida rodeado por la confección y venta de joyería fina, porque su familia también trabajaba en el negocio, y eso lo llevó a emprender y buscar su propio camino. Hoy, basa su empresa en la transformación de esa joyería a su propio estilo y, como dice el lema de su página oficial, quiere ser la joyería más prestigiosa de Villarrica, con diseños innovadores propios del territorio.
“Cuando llegué a este mundo me encantó el detalle, el orden, cómo era el taller, la gente trabajando con sus manos. Me llamó mucho la atención”, cuenta el orfebre. Después, se fue a Brasil a estudiar y trabajar en otras cosas, pero siempre se quedó con el pensamiento de volver al taller. Y lo hizo. Con 17 años, aprendió de soldadura y empezó de a poco. “Recuerdo que mi primer cierre de collar me demoré como 4 semanas enteras en hacerlo, y lentamente empecé a agarrar el ritmo”, confiesa.
Como profesores tuvo a su padrastro y luego a Gilberto Espinosa Coulon, conocido joyero que tiene su tienda en calle San Antonio 31, en Santiago. Con él aprendió de joyería fina, a diferenciar los brillantes y a confeccionar. Pero su camino se fue inclinando cada vez más por la joyería rústica. Fue así como conoció a su tutora Carolina Martínez Gil, fundadora de Artesanía Morita Gil. “Ella viajó por todo el mundo y me ayudó mucho en ese aspecto porque yo soy muy autodidacta. También tengo mis curso en el seminario, pero no estudié en ninguna universidad. Todo es muy del alma, de estar bien conmigo mismo para poder crear”.
“Cuando llegué a este mundo me encantó el detalle, el orden, cómo era el taller, la gente trabajando con sus manos”, recuerda Mauricio Molina sobre sus comienzos, a los 17 años.
Entusiasmado con la idea de crear un negocio propio de orfebrería, y sumando su conocimiento en joyería fina y rústica, Mauricio Molina fundó Maosví en 1994, marca que resultó de la mezcla de su nombre con el nombre de su ex señora, con quién se casó en ese tiempo. Decidieron juntos que no querían vivir en Santiago. Si bien no era un rubro sobre explotado en esa época, la ciudad igualmente entregaba demasiada competencia y saturación de negocios, además de los impuestos que eran muy caros para él en ese minuto.
La idea de irse al sur no solo radicaba en esa realidad. Además, no le llamaba la atención criar a sus hijos en el ruido de Santiago. Por eso decidió irse al sur. “Nos fuimos en una camioneta con la máquina principal, que era un laminador, algunas herramientas y ya. Y partí al sur”, cuenta. Comenzaron a vender joyas que eran una mezcla de plata, oro amarillo a pedido y de a poco fueron agregando otros materiales. “Era una cajita con 7 anillos que vendíamos, de Valdivia a Villarrica. Así partió todo”.
El laminador era para las piezas iniciales. De un lingote sale algo plano en forma de barra, y de ahí salen todos los elementos que ocupan para sus artesanías, varias toneladas.
Pero en el sur encontró nuevas formas de llegar a las materias primas. Un proceso que le hacía mucho sentido por el nivel de conexión con el territorio en el que en ese momento habitaba, y que, además, le daba un valor extra a su negocio. Por ejemplo, luego de hacer varios paseos de trekking a la montaña, se dio cuenta que en el camino estaba lleno de piedras volcánicas. “Le decía a mi pareja: ¿Qué hacemos con tanta piedra bonita y negra?, porque quedaría muy linda, así sola o combinada con plata”, dice el orfebre. Y entonces comenzó a llevarla de vuelta al taller en sacos.
Fuente:
Magdalena Bordalí Bahamonde
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