El incremento del spread entre el dólar oficial y los paralelos frena decisiones de comercialización. La industria de la molienda sumaría más capacidad ociosa e ingresarían menos divisas.
A pesar de que la liquidación de divisas del campo avanza firme en junio -hasta el momento ingresaron más de u$s1.900 millones-, el BCRA está lejos de acumular divisas ante las constantes demandas de los sectores importadores y los pagos de energía. En este marco, se avizora otro foco de tensión en el horizonte: en las últimas jornadas los agricultores locales desaceleraron las ventas de soja ante la incertidumbre económica y el incremento de la brecha entre el dólar oficial y los paralelos (que alcanzó casi el 100%) y el blue (que ronda el 85%).
En pocas palabras, los productores locales prefieren, en este momento de turbulencia en los mercados nacionales e internacionales, conservar la soja como refugio de valor. Ni los altos precios internacionales terminan de convencer para que liquiden la cosecha. La estadística oficial elaborada por el ministerio de Agricultura deja en evidencia esta situación. Hasta el momento los agricultores vendieron un total de 17,9 millones de toneladas, pero todavía quedan por vender unas 25,4 millones de toneladas de una cosecha estimada en 43,3 millones.
En la última semana se comercializaron 578.000 tonelada, lo que marca una retracción de 208.000 toneladas en comparación con los siete días previos. De esa manera, la venta permanece atrasada en más de 9 puntos porcentuales respecto al ritmo de la campaña previa.
Otro dato para nada alentador es que del total vendido, apenas 9,9 millones de toneladas fueron con precio cerrado, el resto es a fijar, lo que también implicaría en la práctica una desaceleración en las próximas semanas respecto al ingreso de divisas.
En este contexto, aquellos jugadores que están en la «originación» de granos, más precisamente las empresas que muelen soja para producir aceite y harina de soja con destino exportable, están encontrando menor mercadería en el mercado ante la reticencia de venta por parte de los productores. Algo para nada positivo para la industria del “crushing” ya que incrementaría su capacidad ociosa y tendría que continuar operando con márgenes negativos.
En el mediano plazo, este escenario podría derivar en una suba de los precios locales, que se despeguen incluso del mercado internacional, porque en definitiva la industria necesita soja y saldrá a comprarla, pero lo cierto es que en la vereda de enfrente los productores continúan reclamando por una corrección del tipo de cambio oficial que quedó muy atrasado contra la inflación y teniendo en cuenta que pagan además 33% de retenciones.
En definitiva, el panorama se presenta como una encrucijada para el Gobierno. En primer término, mientras plantea posibles medidas para contener la demanda de los sectores importadores, afrontaría en el corto plazo un menor ingreso de dólares por parte del campo si los productores no quieren vender su soja. Algo que impactaría de lleno también en el poder de fuego del BCRA para poder contener el tipo de cambio y acumular divisas.
La historia reciente demuestra que, a pesar de los altos precios internacionales o cualquier estímulo que brinde el Gobierno para que los agricultores vendan en forma acelerada su cosecha si la economía muestra turbulencias, los agricultores retienen la soja como refugio de valor para encarar la próxima campaña.
En plena pandemia, en octubre de 2020, el Gobierno dispuso incluso una baja temporal de las retenciones a la soja y ni con ese estímulo los agricultores decidieron deshacerse de los granos que conservaban en sus silos. Muy lejos de la especulación los productores locales piensan en “soja” porque es su activo de cambio más redituable y ahorran en granos para capear cualquier crisis que se avecine en el corto plazo.
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Por Yanina Otero
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